Las cosas son extrañas. En todo sentido, todas las cosas. Las que uno usa, las que hace y las que le pasan. Las que usa, porque a veces no quedan en el lugar que uno quiere, y se cambian facilmente de posición. A veces desaparecen sin dejar rastro y no vuelven, simplemente no vuelven. Y cuando uno no las quiere, te estorban hasta que tu les das una patada y las tiras lejos. Luego, dos días, te das cuenta que te servía lo pateado y lo buscas con desesperación. Y no está. Las que hace, porque no esta perfectamente en linea recta lo que pasa. Uno estudia, por ejemplo, matemáticas y te das cuenta de que era muy fácil y blablabla, es decir te confías en que te irá bien y te quedas feliz de que te haces llamar un genio, e incluso te propones estudiar en conjunto con demás personas, etc, etc. Pero cuando te entregan la maldita prueba para que la hagas, te das cuenta de que no sabes nada de nada. Todo se vuelve japonés y se enrara raramente. Y te sacas un humilde 4. Las que pasan, porque ayer mismo en la mañana hubo una luz que alumbró un pasillo. Sólo la veía por fuera, pero una perfecta lluvia comenzó en ese momento. El cielo estaba gris, pero era una luz por el otro lado (porque era mañana, supongo), el viento soplaba, todo se escuchaba, cada gota, cada soplo del viento, y se mezclaba creando un ambiente progresivo, en donde comienzas a alucinar y en donde te envuelve una suave brisa artística, y recuerdas esa canción que escuchaste algún miercoles por la noche en que llovía y estaba oscuro, pero no era como esta luz perfecta, de sincero y precoz invierno, en conjunto con el ambiente y una promesa de extinción en los próximos minutos. La urbanidad de las cosas se mezclaba con lo antiguo y arcaico que describían las tablas viejas atadas a tan mecánico edificio por una especie de lo que fueron clavos en su tiempo, ahora oxidados, dando un toque naranjo a los oscuros pizarreños, botando un agua limpia y lluviosa, puramente sureña, de tonos brillantes y un contraluz por parte del sol lo alumbra todo, hasta los más escondidos murciélagos son sometidos a los rayos elctromagnéticos del sol, quien canta y toca su saxofón y el viento y el agua y la lluvia y el sonido de las gotas y los soplidos y los colores y las tablas y los clavos y el óxido, creando un ambiente único que tu juras que jamás volverás a ver en toda tu epitetosa vida. Pero tambien sabes que eres el único que, probablemente, en toda la ciudad aprecias tales desganos del "London kills you" viejo y de día. Tus instintos de Klose te dicen que tomes una foto a lo que ves, pero no hay cámaras ni culturas; ni audífonos ni bytes que sobren, pues eres la única ropa naranja en medio de las grises, la única que flamea isfrutando el viento del norte, y mojandose por el roce del viento que trae los desganos de la lluvia, la lluvia, la maldita lluvia, que cae y se arrepiente, que va rápido y toma el primer tren, el más lento, el conejo que se cruza en medio de la carretera... Las cosas son extrañas. Sí, las cosas son extrañas. (Estoy convencido)

Comentarios