Literatura Firkeada


El camino de vuelta (Volver para de nuevo partir).

Siento que me revelo. Siento que crezco, que soy más que antes. Que una vez que me lo siga permitiendo no habrá vuelta atrás. Que me estoy volviendo loco. Así pues, soy un gran arbol cuyas raíces han salido de la tierra y camino por un paraíso de cuyos colores varían de la escala de grises a la cromática. En el cielo se proyecta todo lo que pienso. Si es fuego, ahí está. Si es melodías, ahí está. Pero no busco eso. Podría quedarme aquí a observar este concierto de colores y cosas nuevas. El éxtasis puro. Ya vuelo, y pensar que estuve atrapado en la tierra. Vuelo... Salto. Se siente bien.

Caigo en una pradera. Ya he volado y saciado mi curiosidad. Abro los ojos. Los abro de nuevo y miro alrededor. Otro árbol está ahí. ¿Mi alma gemela? Está detenido en el suelo. El viento sacude sus hojas. Se mezclan con las mías. Le llega rápidamente el otoño y las bota. Se queda sin nada y le crecen de nuevo. Un perfecto ciclo, un gran círculo. Grande y vívido. Se ve inerte y sin sentido. Lo soplo. El viento nos une. La armonía. Colores cálidos se mezclan con los fríos. Pero hay detrás de esto. Me siento extraño. Me quita las fuerzas. Me vuelvo loco. Se mueve, ¡Se sacude!

Vive. Abre sus ojos de fuego. Salta y cae delante mío, volviendo la tierra negra. Y pensar que yo le di vida. Sonríe maliciosamente. El cielo truena. La pradera se vuelve un campo de cenizas. Me quiere quitar mi naturaleza vegetal. Salta y se sacude, botando cenizas aún incandescentes. Huyo por mi vida. Me persigue. Salta delante mío. Sus ojos son hipnotizantes. Me recuerda cosas buenas, pero él en mis recuerdos me los transforma en malos. ¡No me quites los recuerdos, que es lo único bueno que cargo hasta aquí! No le interesa. Crece y le sale cada vez más fuego. El cielo sigue con sus truenos. Le pateo. Cae. Se pone de pie y me golpea en la cara. Saca un cuchillo de fuego y me intenta cortar. Lo esquivo. Le sujeto el brazo con el arma y le golpeo el codo. Cae el cuchillo y desaparece. Lo pateo de nuevo, es que no sé apuñetear muy bien. Me cabezea con sus hojas de fuego. Lo golpeo por fin y sangra lava. Me golpea tan fuerte que salgo disparado y caigo al suelo de espaldas. Salta sobre mí, saca un nuevo cuchillo. Nos lo peleamos. Lo apuñalo. Me apuñala. Me golpea. Lo golpeo. Los colores. La lava. La música. La sangre. Los golpes. Lo pateo.. Cae y desaparece. Muere.

Se abre la tierra. Caigo al infierno. Salen mil de estos árboles. Tengo que arrancar, no puedo contra tantos, menos así. Lo asesiné, soy culpable. ¡No! ¡Fue en defensa propia! Gritó desesperadamente, pero no le quita el hecho de que haya tratado de matarme. Me persiguen mil. Es una especie de valle con luz de fuego en el fondo. Arranco, salto las rocas, cayéndo y sin importar el dolor de pies, sigo corriendo. Uso mis habilidades para huír mejor. Me escondo. Esto no puede estar pasando. A ver... ¿Cómo llegué aquí? Lo último que recuerdo es... Cae uno justo delante mío. ¡Rayos! Arranco. Me dispara. No me da. Sigo corriendo. Subo y bajo escaleras de piedra. Caen murcielagos. Me los están arrojando. ¡Que no he hecho nada! ¿Me voy al infierno con ellos? ¿Me quito la vida? Lo estoy pensando seriamente. Bueno, porque ya es claro que no me escaparé. Una luz se abre. Es blanca, pero con tonos azulados. Cae una mano dorada. La tomo. Me eleva. Pero estos árboles suben a nubes de humo y me están persiguiendo a mí y a mi ángel de la guarda.

Volamos por los cielos atestados de truenos. Nos disparan murciélagos chupasangres. Nos dan. Pero mi ángel sigue volando. El cielo está en su propia batalla de colores cálidos contra los celestiales. El infierno quiere llegar al cielo. No, no lo logrará. Está claro. Volamos a mil por hora. Aparecen delante. Pero mi ángel los atraviesa con sus dagas doradas. Caen con mil litros de lava. Las nubes se convierten en pasto. Seguimos huyendo, al compás de esta melodía de frecuencias convexas. Nada parece llegar, no llegamos a ningún lugar. Seguimos volando. Matamos y matamos árboles y nada pasa. Las puertas del cielo están abiertas. Tras una pequeña abertura en el cielo, vienen mil. Es que son demasiados ¡Más rápido que no llegaremos! Se abren las puertas celestiales. Entramos con unso cientos de estos árboles. Al tocar la tierra celestial se desintegran. No están ya entre nosotros. Este no es su lugar y no pasarán.

¿Qué haré ahora en este lugar? Es nuevo, celestial y todo, pero no por eso menos desconocido. Y no le quita el preguntarme qué hago aquí. Mi ángel salvador está ahí. Le pregunto. Me responde que no es mi destino estar allá abajo. Al menos por ahora. "No hay pájaro que se rehuse a volar. Tenías razón", me dice. No entiendo. "Si quieres más respuestas, mejor le preguntas a la que te ha mandado a buscar" Está ella mirando en un pozo el reflejo de las nubes en tales aguas cromadas y transparentes a la vez. Fin del acto. Estoy al frente de ella y debo preguntarle. ¿Cuál es mi real destino? "No es para nada estar allá abajo así como te hemos enviado. Si piensas de éste lugar como el cielo, te equivocas. Lo debieras llamar casa" ¿Qué acaso salí de aquí alguna vez? "No lo recuerdas. No eras pequeño, pero no debieras acordarte del momento preciso en que pasó. Era de noche. Y estaba lloviendo. Tu frente se iluminó de rojo y supe que era el momento. Debías bajar. Ver qué pasa abajo y subir a contarnos todo. Bajarás de nuevo. Pero vive esto primero" La música y los colores. Los olores y sabores que antes jamás había probado. Jamás escucharé colores como esa vez. Me arrojo al pasto, tan suave... Suenan guitarras. Y veo azul, verde... Naranjo, por qué no. Dulce rojo. Agudo morado. Imágenes. No historia ni respuesta, sino sensaciones. Lo debía vivir. "Ahora debes bajar, no creas que vivirás siempre este ensueño, ¿no? Tú mismo te preguntaste ¿Qué exactamente es un sueño y qué exactamente una broma?"

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