Literatura Frikeada

"El Hormiguero no tiene Recuerdos"

Había una vez un perro de tres patas. No me pregunten qué le pasó, no lo sé. Probablemente un accidente en la calle. Porque ahí estuvo toda su vida. Le costaba caminar, pero el esfuerzo lo fortalecía cada vez más. Cual vida de perro, era callejero, pero no triste ni menos inteligente. Caminaba por los alrededores de esa plaza, esos días que hacía calor y aquellos que llovía. No le importaba el calor, ni el agua ni el frío. Escarbaba del basurero que estaba afuera del banco, cuando los refinados ejecutivos de las 2 de la tarde salían a almorzar. Al verlo escarbando de esas típicas fuentes de plumavit blanca, les quitaba el apetito y no le compraban al negocio de la esquina, por el simple hecho de vender comida en fuentes de plumavit blanca. El perro estaba conciente de eso y cada vez que lo hacía, el día se le hacía más agradable. Por las tardes se echaba afuera de la galería, en el suelo naranjo y ardiente del centro a las 6 de la tarde. Las más de quince mil personas que pasaban le hacían el quite. A las señoras les daba lo mismo, los niños decían pobrecito el perro con tres patas. Una vez, un caballero de terno y corbata se quedo mirando el animal. Se sentó en la plaza y el perro fue a sus pies. El cabellero era una de esas personas que alguna vez sintió amor por los animales, pero eso fue hace mucho tiempo, antes de trabajar en el banco, cosa que juró que nunca haría. "¿Sabes?" le dijo "Tengo que hacer tiempo de 2 horas porque un imbécil del banco no me avisó del cambio de horarios" El perro lo miraba y no le decía nada, qué le podría decir. El hombre compró un helado y cuando llevaba la mitad, se le calló al suelo. El perro, lo miró, como pidiéndole permiso para devorar el que alguna vez fue un oasis al paladar. El hombre hizo un gesto como "qué va..." y el perro se lanzó al helado. Una vez terminado y derretido el oasis verde artificial el hombre le señaló un árbol y le hizo un comentario respecto a su forma. Era el árbol más viejo de toda la ciudad. El árbol había visto a los indios colonizarse, a los colonizadores españoles colonizarse por colonizadores alemanes, y al resultado de tan revuelta población, colonizarse por algo que el perro nunca entendió, el neoliberalísmo. Todo esto le contó al trípode animal. Pero pasaron las dos horas y el hombre se fue. El perro, desde ese día, durmió cerca del teléfono público, donde podía mirar el árbol al amanecer. Pasaron los días y el perro se puso más viejo. Y ya no eran quince mil personas las que pasaban por aquella calle, sino unas treinta. Cambiaron los tiempos, cada vez hacían edificios más grandes, y los autos, cómo no, los autos, que ya eran bestias que se atoraban en cualquier esquina. Pero tanto el perro como el árbol seguían allí. El perro, consciente de que le quedaban pocos días, decidió decansar desde ahora en adelante junto al árbol. Cierto día volvió a cruzar el hombre por aquella plaza. El perro se lanzó sobre él, felíz. El hombre lo reconoció. "Ah, mi amigo, ¿cómo estás?" El hombre ni siquiera acarició su cabeza y continuó con su camino. El perro lo siguió. Otra vez no le habían comunicado el cambio de horario, esta vez de vuelta a como estaba antes. El hombre se sentó en un asiento por ahí, cerca. El perro lo siguió. Compró un helado y volvió al mismo lugar. El perro lo siguió. "Mira aquel árbol. ¿Sabías que ese es el árbol más viejo de por aquí?" El perro retrocedió. Y triste, se fue. Se echó junto al árbol. A los dos días murió. Y al mes después cortaron el árbol. ¿Qué hay ahí ahora? ¿Un centro comercial?

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