Literatura Frikeada

"Semi-intangible"

Ojalá que me haya gustado el choclo. Así, recordaría en momentos como este, mi infancia llena de almuerzos con choclo. Y mantequilla. Cocido. En un plato, yo, con 4 o 5 años, batallándo con un vegetal que se niega a ser comido. Y el color amarillo. Hubiese corrido por maizales llenos de choclo, perdido en la noción, nadando por un mar verde, sin escaleras que asciendan de él. Un mar ilimitado por carreteras dignas de ser trotadas, pero no de ser pavimentadas. Y yo, libre, funcional, restringido a ser libre en su pequeñísima realidad, como si hubiera sido un Epsilon enseñado con hipnoterapia, sin arte, sin pedazos psicodélicos tornasoles yuxtapuestos en la aurícula izquierda, sin aureólas después de limpiar el vidrio de mis lentes, y si caigo, el dolor es dulce, dulce como el vegetal que me rodea como un cardumen de peces en este mar que viste verde, dulce como el sabor de la tierra, el sabor de mil vidas de mil gusanos, de mil lluvias con mil gotas cuyos mil rebotes levantaron mil partículas de tierra. Y las nubes, oh, majestuosas nubes, inalcanzables, gigantes, semi-intangibles, imposible alcanzarlas, no corro lo suficientemente rápido aún con 4 o 5 años, por lo que el intento es más satisfactorio que volar sobre historietas psicodélicas actuales, medio de escape de este hormiguero resignado, pero en ese entonces no hay ni sistema, ni vivo en la crisis de la realidad, del bolsillo, del cerebro, de la naturaleza, que en ese instante se libera y fluye como el mismisimo mar verde que me rodea. Aún no hay música, no hay locura, no hay esquizofrenia, no hay tentaciones ni debilidades, ni fortalezas, ni realizaciones, la única meta es correr más que antes, más rápido que ayer, dar un paso más largo que el que acabo de dar, pasos, más pasos, sin sombras que me atormenten el cerebro ni el corazón, pasos que significan desarrollo, maduración, crecimiento. Aún no hay guitarra, ni ideas psicodélicas, ni añoranza de lluvia, ni demonios del pasado, ni del presente, solo pies que se mueven por entre las ramas de los maizales, manos que quitan las hojas del camino, pies que se entierran en la tierra dulce, bocanadas de aire que entran en este niño de 4 o 5 años, ojos que llegan a llorar por el esfuerzo de correr, correr solo, correr alegre, correr feliz, lleno de dicha. Y sabor a choclo. Amarrillo, cocido, con mantequilla. Dulce. De tanto correr, podría haber emprendido vuelo, un vuelo limpio, purificador, con serpientes que me siguen detrás, serpientes fluorescentes, aplausos estáñicos de dragones de metal, plateados, de patos que vuelan conmigo a la velocidad de las luces y los cometas, vamos, surcándo el cielo, más rápido que correr, más rápido que estar en el kinder mirando la lluvia, con niños que no crecerán maldecidos, volar, el aire bañándo la cara, brazos abrazándo el cielo, manos frías por la altura y el viento, ahora sí que hay bocanadas de aire, plumas doradas, las hojas se confunden en una masa verde bajo mi cuerpo, bajo mi sombra. Y hay sabor a choclo. Choclo alimentado con sol, al unísono con su familia y vecinos. En un plato, cosechadas todas esas mil lluvias y mil gusanos. Si, podría haberme gustado el choclo.

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