Literatura Frikeada




"Sombras bajo nublado"


La primera "crisis" fue como a los cinco años. Me acerdo de todo. Era de día. Nublado. Suelo seco. Pasto seco. Estaba caminando por un pastizal, con escombros abajo. En perro amarrado comenzó a ladrarme. Imagínese, un niño de cinco años de pie frente a un perro como el doble de grande que él, ladrando sin control, apunto de soltarse, atado por una cadena oxidada a punto de soltarse. Yo me quedé impactado. Esos típicos niños que no se mueven... El perro se soltó. Ya, suelto, pensando cómo sería más entretenido matarme. Las cosas pasaron tan rápido. De pronto se cerraron mis ojos. Y cuando los abrí, pues el perro yacía con el cuello completamente abierto en el suelo, la cabeza a metros de la escena del crimen. Me culpé, desde ese día. Yo, cubierto de sangre canina, volví a casa bajo desesperadas miradas de hermanos, padres, amigos, tíos, abuelos... Todos los ojos sobre mí. Nadie decía nada, me miraban, me culpaban, me defendían, se asustaban aún más, se demacraban, se trastornaban... Cuando jugaba, me temían los demás. Cuando comía, vigilaban cómo tomaba los cubiertos. Me alejaban de los animales. Y el niño de cinco años contemplando el caos a su alrededor, por volver vestido de rojo a su casa, de haber salido con cotona café a eso del mediodía.

Crecí, cada vez con más ojos sobre mí. Me llevaron a cuanto médico pudieron llevarme, temiéndome. Por casi dos años en esa situación. De los cinco y medio a los siete y medio. "No dan respuestas claras", "Dicen que hay tratamiento", "No podemos pagar eso", eran las frases que ya me había acostumbrado a oír. Me ocupaban en demás cosas. Me llevaron a un curso de pintura, de escultura, de esgrima, de ciclísmo. No entendía nada. Y los demás niños se alejaban de mí cuando hablaban con sus padres de su "nuevo amigo". ¿Qué hay de malo conmigo? ¿Seré en verdad yo? Al entrar a clases, eso que dicen que es para bien, pero uno no lo entiende hasta unos diez o quince años después, era el mismo cuento. Todos se alejaban. Me acostumbré a no hablar, a quedarme en un rincón, condenado, abandonado, maldecido. Antes de encontrar el camino, ya estaban todos alejandome de él. De pronto cambió, la gente me conoció. Hice de esas amistades que uno jura que son para siempre, que al menos deberían serlo, sería lo natural. Un día me traicionaron. Recuerdo el sabor del ripio del patio. El del suelo del pasillo recién encerado. Las gotas de mi sangre sobre las paredes del baño. Nadie me defendió. Traición. Y la sombra me preguntó si quería defenderme de nuevo. Le dije que sí. Cerré los ojos con fuerza. Al abrirlos, no había nadie, pero las paredes estaban rotas. Rayos. ¿Cómo no me acordé, de todo lo que sucedió con la "crisis" pasada?

Al fin entedí lo que estaba mal conmigo

El camino a seguir cambió para siempre.
Sepan que no quise que fuera así.
Que habría elegido otro camino.
Un día fue suficiente para cambiarme.
Izar mi verdadero yo para que me conozcan.
Zarpando de la bahía de la racionalidad y lo "normal".
Obrar burguésmente.
Frenar cada impulso.
Reír más.
Esforzarse por ser como los demás.
Nadie lo entenderá.
Izar mi verdadero yo, limpio de toda sombra.
Algo demasiado ajeno a mí para ser cierto.

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