La caverna

De tus ojos no venían las sonrisas reales que esperaba escuchar. Y como yo soy el que busca las causas, creyéndome quizá qué cosa, me aferro al árbol central del paraíso y no lo suelto hasta que la hipótesis es imposible de refutar.

El sol no tiene sombras. Eso está claro. Somos nosotros los distintos a los demás animales que caminan en 4 patas y ven siempre su sombra. Nosotros fuimos hechos con la vista al cielo, y es una pena porque creemos que no tenemos sombra. Miramos los pájaros y queremos volar. Es de noche y nuestra sombra siempre desaparece. No podemos abandonar la dimensión, ni los vórtices que nos hacen escapar de ella.

Puedo decirte que el final jamás llegará. Un efecto a largo plazo que demorarás años en descifrar. Pero es trampa. Si Platón se queda dentro de la caverna, muere feliz y sin sombra. A eso voy.

A los demás perros ese cuento del cariñito en la cabeza y después nos vemos. El zapatazo en el suelo corrobora la teoría de que el perro se debe ir, se debe alejar, debe volver a "la calle". Me faltan mentiras para poder decir la verdad todavía, así que a mí el cuento del perrito, no, por favor. Los perros son fuertes. Tienen colmillos. Yo no hago nada.

Lo que soy en verdad es una mezcla rara de “puedo ser” y “ni cagando soy”. Es como el juego de la no-decisión que admira el profundo espacio del infinito antes de efectuar la elección. En el cachipún tienes tres opciones, tijera, piedra, papel, ganar, perder o empatar. Nada más. Fuera de eso el juego no sale. En la vida hay más variables, ciertamente, pero es un número al fin y al cabo, así que vale la pena escapar. Es un crimen en verdad decir que la vida “es así”, o “la vida es como”. La vida no es. Uno la hace. No es triste, uno la hace triste. No es difícil, uno la hace difícil. Si es corta, lo mismo. Si es para quedarse de brazos cruzados, para convencerse, para admitir, para errar, para vagar, para dudar o para ser mártir, es exactamente lo mismo. A la mierda eso de “se hace camino al caminar”, pero por favor, un poco más de verde en los bronces…

No es necesario contar la verdad. Nunca lo fue. Así que como has recién descubierto, este largometraje escrito que pasa por mi cabeza y toma atajos de pronto, no es una confesión. Es más bien un fluir de conciencia, una lluvia de ideas. O un desahogo. Algo como que no puedo decirlo a nadie, o lo digo todo el tiempo, las dos y ninguna (entonces cuatro y ninguna, pero sumarían cinco, y al ser cinco y ninguna, sumarían seis), pero es algo que siempre he sido, algo en lo que siempre pienso. De eso estoy seguro. Y ese ejemplo me sirve para demostrar que dentro de los límites de mi conocimiento propio, puedo decir que soy como un incendio controlado, una explosión, una tormenta, y una praderita de suaves pastizales y viento tibio. Un desastre. Mi propio desastre. Mi desorden. Mi quizás metro cuadrado que nadie controla. Porque así como se controle, se descontrola al mismo tiempo, cuando se define algo aparecen más dudas. Cuando creces, te das cuenta de que hay cosas más altas que tú, cuando te agachas ves cosas más pequeñas que tú. Cuando nadas, piensas siempre si podrás nadar más, ojala que la fuerza te alcance, ojala el río no se agote. Cuando te cortas el brazo te preguntas si alguna vez vas a morir. Cuando estás a punto de hacerlo, pero a punto, en un punto crítico, titubeas en la posibilidad. Siempre titubeas en la posibilidad. La entropía es la única que definirá la decisión final y todas esas decisiones son tú. Tu propia cabeza, tu metro cuadrado. Tu caverna de Platón. Tu paraíso sin árbol de la ciencia. Ciego, pero puta la huevada que es tranquilo. El gato de Schrödinger.

-Si te vas, me vas a terminar de matar.
-Entonces vámonos…
-No, sabes que quiero mucho a mis padres como para irme de repente.
-…
-En verdad, me gustaría irme.

Y a esto como me hubiera gustado agregar:

“En realidad no tengo ni una puta idea de lo que quiero en la vida. Ese es el punto. Junta curiosidad y competitividad y me tienes a mí. En la palma de tu mano. No hay creatividad, ni tolerancia, ni siquiera bondad. Así me defino. Dos cosas. No integrales ni derivadas, ni modelos hipotéticos nunca-probados. Pero el modelo dura 20 años. Y yo tengo 19. Me quedan un par de meses y ya siento el caos, como quiere salir de los límites, ya la tentación que tengo de aplacar el caos y el infinito respondiendo preguntas, investigando, salir de la caverna, probar la manzana, crecer, agacharme, cortarme, abrir la caja, es insostenible. Mierda. No tengo idea de lo que quiero en la vida”.

A lo que probablemente esto hubiera sido mi respuesta:

“Mira, ése es asunto tuyo. Si quieres irte, vámonos. No estaré esperando para siempre. Esta es una etapa quizás. No importa. Te preocupas demasiado por todo. Eres blablablablamente inmaduro, tremendamente asdasdasdadamente inmaduro”.

Mi respuesta ante todo es huir. Putos parásitos que me hacen crecer en un abismo. O responder un par de preguntas y hacer crecer la sed de más y más y el infinito. Nada nunca será suficiente.

Mira en los ojos del perro y dime qué ves. Qué mierda ves. Un par de cosas. De seguro no verás curiosidad, ni tampoco competitividad. Nuestra competitividad es distinta, a eso me refiero. Ellos compiten por su vida, yo compito por juego casi, de mentiritas.

Blablablablamente inmaduro. Asdasdasdasdasdamente inmaduro. Fhagsdkasd ajsdha hajsdhohqwkjha. 129073hjashdlkahsd 1283 sad 9243jhasdhkasd.

De pronto me escapo de todo, generalmente después de alguna crisis. Y es un alivio no sentir este tormento. Es un alivio dejar de sentir este bum, bum, bum, del corazón. Para mí, al menos, como si siempre estuviera asustado, enrabiado, a punto de salir corriendo. Sea donde sea que voy, siempre compruebo que soy algo distinto. Puedo ser la oveja, puedo ser el perro, puedo ser el malo, el bueno, puedo hacerme el listo, puedo hacerme el imbécil y ser más feliz, pero no puedo decidir nada. Porque de estas características hay 7 billones. Yo no quiero ser como lo son 7 billones. Pero sería matemáticamente imposible ser distinto a 6,999999999 x 109 posibilidades.

Y paz. Y basta.
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de "Parásitos" (Matías Veguiño. 2011)

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