Incendio

De "La Noche más Oscura del Alma", capítulo V, parte I.

-Esa weá sale muy cara weón. Obligao a andar a pata no más po…
-Te pasa por comprar weás usadas pos, weón.
-Si le pregunté a mi colega, uno que trabaja allá cerca del banco, es mecánico ese weón. No me dijo nada…
-Te quería cagar… O ‘taba curao, jaja.
-A ver, ¿qué juntas creís que tengo? Yo estoy rehabilitado ya weón. Tú eres el que anda en malos pasos.
-Chucha, ¿tengo que pedirte permiso, weón? ¿Tai celoso?
-Jaja, no a mi ya se me pasó la micro ya weón…
-Jaja.
-Oye y este cabro, ¿cómo se llama?
-Juan. Juan… algo.
-¿Pérez?
-No.
-¿Vásquez?
-Jaja, tampoco.
-Se parece a ti po weón.
-Ya, si sé que mi maima era suelta, pero déjale algo bueno po weón.
-Juan, entonces.
-Si po.
-¿Y cuántos años tiene?
-No sé. Dijo que tenía que entrar a la U. Tendrá 18, 19 quizás…
-Ah, es cabro…
-Está listo ya…
-Ni cagando lo mandamos pa’entro si po weón…
-¿Y a mí weón? Yo tenía 18 recién cumplíos y me mandaste a esa fábrica culiá weón, casi me voy cortao, jaja.
-Jaja, yo no sabía que sobrepasabai el peso po weón.
-Jaja, este viejo de mierda weón…
-Oigan ustedes déjense de peliar mira que nos queda harta noche todavía.
-Si ‘tamo echando la talla no más…
-Se pican ligerito si po, no los conoceré yo.
-Le saco la chucha a este no más…
-¿A quién quiere pegarle el viejo ya?
-Al Alex
-Te va a dar vuelta la cabeza viejo weón, jaja. Oye y el cabro nuevo, ¿cómo se llama?
-Juan. Es hermano del Alex.
-O el hijo.
-O el viejo.
-Jaja.
-Oye ya pos paren la weá po, jaja.
-“¡Tercera! ¿Hay de la tercera ahí? Cambio.”
-Tercera aquí, cambio.
-“Piden refuerzo para un accidente en el kilómetro 34. Es una colisión múltiple. Hay un camión con un contenedor, cambio.”
-A la conchalaloma…
-Va saliendo refuerzo, cambio. Viejo la sirena. ¿Quién está allá, cambio?
-“Carabineros, la ambulancia va en camino y rescatistas, cambio”
-10 minutos. 15 a lo más, cambio.
-“Confirmo, cambio.”
-¡Juan! ¡Vamos saliendo!
-¡Ya voy!
Me trago el resto de café y camino a los vestidores, mientras la sirena aúlla y me hace doler la cabeza. Veo un cabro chico, pailón, pero chico, bajando medio pálido y con cara de confundido. Me recuerda a mí, la primera vez. Ser nuevo dentro de un grupo de adultos, sea lo que sea a lo que se dediquen, da una sensación de inutilidad nerviosa. Los primeros días siempre son difíciles. Trae sus botas desabrochadas, y se las anuda al llegar, muy torpemente por sus manos temblorosas.
-¡Tranquilo cabro, si esta weá va a ser aburrida! ¡Jugosa, pero aburrida!
-¡Apúrate chico de dios!
El viejo hace andar el carro y yo le abro la puerta. Sale sin Juan, y para apurarlo, cierro lento la reja.
-¡Corre Juancho!
Nos subimos y el viejo se persigna. Pone la alarma y salimos rajados.
-Confirmo dirección, jefe, kilómetro 34.
-Correcto señor.
-¿Juan es tu nombre cierto?
-Si.
-Juan, vamos a ir a un accidente. Vamos porque hay riesgo de incendio, no porque haya uno en realidad.
-Ya.
-Es probable, que haya heridos. Y harto jugo quizás. Si no te sientes listo, no hay ningún problema, nos decís y ya.
-No te hagai el valiente cabro, si te vamos a pelar igual.
-Jaja.
-O quizás se hayan urgío un poco y nos quieren sacar a pasear no más.
-Si po, no veis que vos tenís un poniente allá con los pacos de ahí cerca…
-Jaja, a ver quién oye.
-Ese weón que lo vino a buscar el otro día pa’ un asao, ¿te acordai?
-¿Es paco ese weón?
-Si po
-A ese yo lo vi una vez tomando allá en la pobla weón.
-No era ese quizá…
-Era él, weón.
-Aunque la mona se vista de seda…
-“Tercera confirme ubicación, cambio”
-A 10 minutos, cambio. Ya va, ya va, ya va… Chucha que se urgieron weón.
-¿Qué weá habrá pasado?
-Colisión múltiple dijo.
-¿Quién estaba?
-Carabineros no más…
-Quizá nos ganó la tele po weón…
-Ojalá que no. ¡Métale chala no más mi viejo!
El carro-bomba acelera y aúlla saliendo de la ciudad. Juan mira por la ventana, su reflejo en el vidrio y el cielo atardecido dejando lejos las luces de la ciudad. Yo pienso en mi hermano, probablemente le van a llegar estos mismos heridos después. No es fácil acostumbrarse a eso. Me hace pensar en qué pasaría si yo me muero. Nada, probablemente. Mi hermano sería el único afectado. Me moriría y ya. Qué más voy a hacer. En eso me quedé pegado, mirando el vacío, sentí mi mirada estática. Pienso que para hacer eso, no tengo que estar nervioso. Me despego justo cuando llegamos. Se ven luces. Nos abren paso de a poco. El viejo detiene la sirena.
-Alex, Juan, vengan, bajemos nosotros primero.
Nos bajamos y caminamos hacia unos pacos que vienen hacia nosotros. Nos saludamos. Hablan de una colisión frontal, una camioneta se hizo mierda contra un camión, le reventó las ruedas y el camión arrastró de vuelta el auto a la pista contraria. Al final chocaron de frente contra otro camión, que trató de esquivarlo pero no pudo. Después chocaron varios más atrás. En la camioneta iba una familia. Se había empezado a quemar, por eso nos llamaron, pero ahora se había estado apagando.Uno de los choferes estaba vivo, y en ese momento se estaba yendo la ambulancia. El otro murió. Con los paramédicos tenemos que sacar los cuerpos. El Capi me mira. Yo lo miro de vuelta.
-OK, vamos al tiro.
Volvemos al carro y me pongo unos guantes. Le paso un par a Juan.
-Esto que vai a ver no es para naa’ una wea para andar haciendose el valiente. Si no estai listo dime ahora.
-Creo que puedo…
-¿Seguro?
-Si…
-No tenís que andar demostrándonos nada cabro…
-Puedo hacerlo.
-Lo digo también porque si no, seríai un estorbo. Si lo vai a hacer, tenís que entender que tenís que hacerlo bien. No lo pensís demasiado. No los mirís a la cara. Tampoco güitrees en público, weón, si llega la prensa vai a salir en todos lados.
Juan me mira de vuelta asustado. Seguro está determinado. No quiere fallarnos. Quiere probarse a si mismo. Pero quizás sea muy jóven. Se ve taimado. Caminamos a los autos y los pacos nos miran. Los paramédicos nos saludan.
-Caballeros.
-Buenas noches.
Este protocolo es común para ellos. Van los bomberos, revisan el lugar y abren el espacio. Luego entran ellos con la gente de carabineros. Ellos estiman, pero nosotros les apuntamos, aquí y allá, diciendo cuántos son. Al Capi siempre le gusta traer los nuevos a esto. Es como empujar a alguien al mar en la primera clase de natación. Voy yo primero, hacia una pelota de fierros retorcidos que alguna vez fue una camioneta grande. Un charco de sangre sale de la cabina invertida. No se reconocen casi las puertas. Con un extintor apago algunas llamas pequeñas, la mayoría restos de ropa, seguramente equipaje. Llego a la camioneta y me agacho a mirar la cabina. Veo el desastre que hay dentro, se incendió en algún momento, pero ya está extinguido. El chofer está desfigurado. Algo que parecen brazos cuelgan de un trozo de género desde el cinturón de seguridad. Reconozco la mitad de un cuerpo que puede ser el copiloto. O la copiloto. Es un jeans quemado, azul con manchas de sangre, que se mezclan con vísceras y metal retorcido saliendo hacia fuera de la cabina. Atrás, dos niños. Uno sobre el otro. Como si estuvieran durmiendo. Sus rostros están carbonizados. Están cubiertos de una capa de carbón y sangre fresca. El café en mi estómago se niega a ser digerido y se convierte en una pelota pesada.
-Son 4. Hay uno incompleto. Está extinguido aquí.
El Capi habla por el radio. Juan está blanco, con los ojos gigantes mirando el charco de sangre. Me levanto y le pido la ganzúa a Juan. Comienzo a retorcer fierros, a ver si puedo encontrar la puerta. Se mueve un gran pedazo atascado de metal, seguro esa es la puerta, y deja un espacio bastante pequeño. Mover el resto sería demorarse mucho.
-Juan, ven aquí.
Juan se acerca y se agacha.
-Mírame weón. Mírame. No puedo abrir la puerta más de lo que está. Tampoco puedo sacarla porque mira, está atascada. Tendríamos que traer la sierra. Pero tú cabes por aquí. Yo ni cagando caigo. Los paramédicos no pueden entrar aquí tampoco si nosotros no podemos despejarles esto. Vai a tener que sacarlos tú Juan, los empujai no más hasta aquí y de ahí yo hago el resto, ¿bueno?
-Si…-me responde, tiritando y sudando.
-Weón, si no estás listo…
-Puedo…
-No los mirís a la cara. Empieza por los de atrás. Después los de adelante.
-Ya.
Juan se acerca a la puerta y mira hacia adentro. Voltea hacia afuera, cerrándo fuerte los ojos.
-Rápido Juan.
Entra medio cuerpo adentro de la camioneta y sale arrastrando uno de los dos niños. Yo lo tomo y lo dejo al lado, los paramédicos lo cubren. Juan saca al segundo, y hacemos lo mismo. Una lágrima cae por su rostro. Cuando vuelve a entrar, se paraliza con medio cuerpo adentro de la camioneta. Escucho un ruido, mezcla de llanto reprimido y asco. Sale arrastrando la mitad de la copiloto, dejando atrás un intestino y un camino de sangre.
-No puedo… no puedo sacar al piloto, está muy atorado todavía.
-Toma la ganzúa, trata de soltar más el asiento, pónla en el lado de la palanca de cambio, pero en la esquina de atrás, ¿entiendes?
-Si
-La forzai pa’ arriba, y vai a soltar el asiento.
-Ya
-Vai bien weón, súper.
Juan entra temblando y completamente pálido, con movimientos lentos. Se escucha un ruido y luego un golpe. Sale Juan arrastrando una camisa con el piloto, casi sin figura humana. “Falta una parte” me dice, con los ojos llenos de lágrimas. Entra otra vez y sale arrastrando el asiento completo, que se atasca en la puerta. La esponja chamuscada del asiento gotea sangre cuando Juan la agarra. Me dice “encárgate tú”, y sale corriendo hacia un lado de la carretera. Los pacos se quedan mirando. En el asiento hay una mezcla de carne y ropa. Los paramédicos y la gente de carabineros se encargan, así que voy tras Juan. Está de rodillas, en la arena. Lo escucho llorar y vomitar. Me siento al lado de él.
-Échalo pa afuera todo no más—le digo, sobándole la espalda—Lo hiciste super bien cabro. No tengai vergüenza de llorar por eso. Ojalá nunca hubieran accidentes asi, weón, pero los hay po, nosotros tenemos que limpiar la escena.
El cabro está paralizado, llorando y tiritando. Nunca he sido bueno para consolar a la gente, pero este cabro se lo merece.
-Cuando el viejo vio el primer accidente, se meó en los pantalones. Yo me desmayé, y después güitrie mi traje. Tú no hiciste nada. Erís de acero weón. Respira un rato y de ahí vuelves al carro, ¿bueno?
-…ya.
-…
-Alex…
-¿Qué?
-Prefiero los incendios…
-Mhm… yo también.

La vida es cruel. Nadie debería haber visto eso. Juan no va a comer por un tiempo. No va a poder dormir tampoco. Pero despúes, sé que lo va a cazar por el resto de sus pesadillas. Va a mirar a algunas familias jóvenes, pasando por la calle, con niños pequeños, llenos de sueños y de posibilidades, y va a recordar el olor a carne quemada y el charco de sangre en el pavimento. Me siento mal, terrible. Qué mierda le hicimos a este cabro, por la puta. Fue su elección, en todo caso, le advertimos. Pero somos más grandes, tenemos que cuidar a los más chicos, se supone. La pelota en mi estómago deja un sabor amargo en mi boca. Me hace pensar que vivir es sentir dolor. En el fracaso de cuidar a los más pequeños. Que la muerte es irremediablemente trágica, que la historia de nuestras vidas no tiene un final feliz. Y arrastramos un montón de gente más a un abismo de sufrimiento, vamos sobre un camino que se acorta y se acorta antes de caer a esa madeja de fierros retorcidos y sangre. Qué bien, entonces, no tener muchas personas a quién herir, a quién arrastrar, quienes puedan tener la infortuna de sobrevivirme y verse obligados a olvidar a un tipo que murió horrorosamente, quizás. Dan ganas de salir arrancando. Pero no hacia alguien, esto uno no se lo puede contar a nadie, ni siquiera hacia un hogar, ni ahí uno está a salvo. Dan ganas de correr hacia la soledad, hacia el desierto.

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