De "La Noche más Oscura del Alma"
Llegó tarde, cuando más fuerte llovía, cuando el techo estaba que se caía con el ruido de la lluvia. Llegó todo empapado, y el agua le había caído de frente. Cuando abrí la puerta, se cubrió la cara y me dijo que no me asustara. Le habían dado unos buenos golpes en la cara, y la sangre de una de sus cejas caía por su rostro. La chaqueta se le había pasado. Las zapatillas también. Se sacó la ropa hacia arriba mientras crecía una poza de agua en sus pies descalzos y gigantes. No podía levantar bien uno de sus brazos. Tampoco podía abrir mucho las manos. Dijo que le dolía todo. Se me vinieron un montón de preguntas a la mente, que por qué chucha hacía esto, que acaso siempre volvería así, que qué haríamos si algo le pasara. Pero a pesar de estar echo mierda, sus ojos brillaban reflejando una satisfacción que casi nunca le he visto, y ese mismo brillo fue el que calló todas mis preguntas. Me pidió que lo bañara, que le llenara la tina y lo bañara. Dijo que caíamos los dos sentados, mientras yo pensaba en que ya me había bañado esta mañana. Largué el agua caliente y le ayudé a sacarse la polera y los pantalones, olía mal, pero extrañamente me gustaba. Cuando estábamos en la tina, se dejó que lo masajeara harto rato. Podía extender mis manos completas en su espalda, y sólo agarrar músculo. Miré su cuerpo grande y moreno, y supe que más que boxear por pasión, lo hacía porque su cuerpo necesitaba la lucha, necesitaba el combate cuerpo a cuerpo, algún tipo de instinto por la violencia que ya tenía muy aceptado y muy entendido lo lograba canalizar a través del boxeo.
Llegó tarde, cuando más fuerte llovía, cuando el techo estaba que se caía con el ruido de la lluvia. Llegó todo empapado, y el agua le había caído de frente. Cuando abrí la puerta, se cubrió la cara y me dijo que no me asustara. Le habían dado unos buenos golpes en la cara, y la sangre de una de sus cejas caía por su rostro. La chaqueta se le había pasado. Las zapatillas también. Se sacó la ropa hacia arriba mientras crecía una poza de agua en sus pies descalzos y gigantes. No podía levantar bien uno de sus brazos. Tampoco podía abrir mucho las manos. Dijo que le dolía todo. Se me vinieron un montón de preguntas a la mente, que por qué chucha hacía esto, que acaso siempre volvería así, que qué haríamos si algo le pasara. Pero a pesar de estar echo mierda, sus ojos brillaban reflejando una satisfacción que casi nunca le he visto, y ese mismo brillo fue el que calló todas mis preguntas. Me pidió que lo bañara, que le llenara la tina y lo bañara. Dijo que caíamos los dos sentados, mientras yo pensaba en que ya me había bañado esta mañana. Largué el agua caliente y le ayudé a sacarse la polera y los pantalones, olía mal, pero extrañamente me gustaba. Cuando estábamos en la tina, se dejó que lo masajeara harto rato. Podía extender mis manos completas en su espalda, y sólo agarrar músculo. Miré su cuerpo grande y moreno, y supe que más que boxear por pasión, lo hacía porque su cuerpo necesitaba la lucha, necesitaba el combate cuerpo a cuerpo, algún tipo de instinto por la violencia que ya tenía muy aceptado y muy entendido lo lograba canalizar a través del boxeo.
-¿Alguna vez
hai sentido que… como que te “ablandai”… viviendo los dos juntos, así, tan
lejos de… bueno… de cómo vivíamo’ antes?
Me contó que
el tipo con el que había peleado era uno de los boxeadores más talentosos que
había visto. Que hoy aprendió mucho más que en cualquier clase. Que, sin la
derrota, jamás conoces quien eres en realidad, ni conoces el mundo totalmente. Contó
que el loco no era más grande que él, pero se movía demasiado rápido. No había
entrenado su agilidad lo suficiente. Lo de la ceja había pasado porque le erró
y el otro aprovechó su oportunidad. Dijo que se picó un poco al comienzo, pero
después, como que lo admiró un poco. Hace tiempo que no perdía así. Como que
peleó pa’ puro dar pena.
Se echó para
atrás y no le importó aplastarme. Me reí. Le tiré agua en la cara. Sabía que la
ceja no necesitaba puntos, aunque por poco sí. Los rasgos de su cara eran
agresivos, como de un animal de pelea, pero descansaban tiernamente sobre mi
pecho, totalmente relajado. Cerró los ojos mientras puse un caño en sus labios
hinchados. Largué el agua caliente de nuevo, y toqué su pene gigante. Él
sonrió. Puse una mano sobre la de él. Sus dedos eran el doble de gruesos que
los míos. Me preguntó si alguna vez había hecho esto mismo con alguien más. Le
conté de un loco con el que trabajé en una forestal, cuando recién me había ido
de mi casa. Hace tiempo que no me acordaba de eso. El loco era guapo, era flaco
sí, en realidad no me gustó mucho. Prefería los osos. La tenía mucho más chica
que él. El loco, para variar, estaba comprometido con una mina, parece que
tenía un hijo, o una hija, no me acuerdo, seguramente cuando me lo contó habré
estado curao’, era re-alcohólico todavía en ese tiempo. Él decía que no me
imaginaba así de rancio. Eran otros tiempos. Le conté eso en el oído, le dije
que era un weón con pensamientos cochinos, que siempre me venían cuando lo veía
a él, no lo podía evitar. Que cuando estaba lejos, me pajeaba pensando en él,
que era monogámico quizá, por naturaleza, no sé, no sería capaz de sentir esas
cosas con alguien más, quizá es por mi timidez, no sé, sólo pensaba en él. Él
era el macho más hermoso que he visto en todo el reino animal. El único ser
humano del universo. El único real. El único que puedo usar como evidencia para
convencerme de que hay más, afuera, de que no estoy solo. Viajaría por las
estrellas con él, caminaría al infierno con él, estar solo con él en esta
mierda es más liviano, se siente hasta bien. Pero le dije que había sentido eso
mismo antes, que sabía que no era para tanto, que al final, el amor ciega un
montón de weás, te estanca la mente, haciéndote creer que lo que piensas y la
forma en que llevas tu vida está bien y que no hay nada más, aunque en todo
caso no me importa nada de eso en este momento. Lo pajié bajo el agua, él echó su
cuerpo musculoso hacia atrás mientras sentía su cara áspera frotándose con
fuerza contra la mía, los ojos cerrados y la respiración acelerada, enteramente
entregado. A mí igual se me paró, lo abracé y sentí que estando casi toda mi
piel tocando su piel aún no era suficiente, quería estar aún más cerca de él. Cuando
se fue, gruñó y eyaculó un montón, se echó para atrás con fuerza y me aplastó
brutalmente. Se rió cuando le dije y se movió un poco, después se hizo el
dormido. Me costó levantarlo.
-¿Y tú?
¿Sentí’ que te ablandai?
-¿Yo? No,
yo…
Yo pensaba
que cuando creciéramos las cosas iban a parecer más serias, más racionales. Si
se supone que uno cuando es chico no conoce mucho del mundo, hace cosas que
están incorrectas, te meas, te cagas en todas partes, y disgustado siempre vas
aprendiendo las leyes y las normas de los adultos, poco a poco, hasta
dominarlas. Sin embargo, cuando uno crece, no se convierte en un ser
enteramente racional o enteramente serio. Serio, de hacer cosas en serio, no de
dejar el chiste. Tienes acceso a todos los vicios, se te legaliza el sexo mediante
una serie de convenciones que vienen de antaño, dejarte estar y seguir una
rutina está bien. Puedes comer todo lo que quieras comer. Puedes beber todo lo
que quieras beber. Puedes ahogarte en tu propio consumismo, hasta enfermarte,
de verdad. Yo creía que los que llevaban más tiempo en esto, dominaban a la
perfección todas sus leyes y convenciones y les hacían virtud; te hacían ver lo
bueno en ello para que tú te sintieras motivado a convertirte en un adulto
promedio. Yo creía que lo sabían todo, que todas las preguntas que yo me hiciera,
ellos ya las tendrían resueltas, hace tiempo, y recordarían con nostalgia
aquellos tiempos donde vagaron en los mismos abismos existenciales en los que
yo vago hoy. Yo creía que practicaban la paciencia, la comunicación. Yo creía
que hacían siempre lo correcto, que buscaban convertirse en ejemplares, que
dirían la verdad siempre, cueste lo que cueste. O que dirían su verdad, que
contarían su vida siempre marcando la diferencia respecto de las demás vidas,
porque al final de todo, esta vida es lo único que tenemos.
-Yo siempre
he sentido eso—dijo Alex, secándose el pelo—Sólo que nunca he sabido como
decirlo…
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